"La inteligencia de un individuo se mide por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar"
A diferencia de épocas anteriores, las sociedades de hoy en día parecen haber perdido el control y la seguridad que siempre se ha intentado buscar con la modernidad y el progreso. La mirada se pone en un futuro ficticio, debatiéndose que podría ocurrir si se actúa de una u otra forma. Cada vez es más común que los riesgos diluyan las fronteras y trastoquen la relación entre pasado, presente y futuro.
Se puede observar como el COVID-19 ha diluido las fronteras físicas y espaciales, sin estar claro su origen. Puede que en un primer momento se atribuyeran más responsabilidades a China (Wuhan), pero enseguida se fue difuminando esa idea, ya que casi todos los países veían como los brotes no paraban de aumentar y necesitaban una actuación rápida. También, aunque el COVID-19 se presentó en su inicio como una crisis de salud, tuvo y tiene un alcance mucho mayor, invadiendo casi todos los ámbitos de la vida social, fomentando la deslocalización y la omnipresencia del riesgo que supone.
Se podría decir que la globalización en sí misma es una generadora de riesgos, ya que ha contribuido en gran medida a la rápida expansión del virus a nivel mundial, debido a un alto grado de interdependencia y conectividad. Es una de las consecuencias de la sociedad global del riesgo, donde ya no se puede atribuir un foco asilado, y, de alguna manera, se sabe que todos pueden verse afectados por igual debido al gran tráfico de personas y la cantidad de contactos indirectos que se producen al día.
Otra característica de la sociedad del riesgo es la mejora y aumento del conocimiento, lo que a su vez genera más riesgos e incertidumbres. Hay más conocimiento científico y difusión de información, pero, a su vez, hay más ámbitos de acción y nuevos riesgos que se van descubriendo. De este modo, la ciencia permite conocer muchos campos de interés acerca del COVID-19, pero también genera confusión y dudas debido a su complejidad y esa necesidad tan característica del ser humano de tener el control a través de estadísticas y cálculos de probabilidades. Hay un conocimiento mezclado con una inconsciencia que resulta en incertidumbres manufacturadas.
Por su parte, los expertos y científicos también contribuyen a esas incertidumbres manufacturadas ya que son analistas y especuladores al mismo tiempo a la hora de definir los riesgos. Por ejemplo, hemos podido ser testigos de virólogos, expertos, presidentes y organizaciones internacionales que se han pronunciado acerca de los orígenes, consecuencias, letalidad y demás factores que atañen al COVID-19, sin tener una certeza absoluta sobre lo que estaban diciendo. Esto ha podido producir un ensanchamiento de las incertidumbres que se generan a partir de la situación de pandemia, ya que se ha intentado delimitar y controlar mucho el riesgo sin tener una conciencia absoluta sobre lo que se debería hacer.
Esa necesidad de intentar tener el control, pero con falta del mismo (descontrol de la racionalidad instrumental, propia de la modernidad) es la definición de las incertidumbres manufacturadas que imperan en las sociedades del riesgo. Además, la COVID-19 también ha generado numerosas contradicciones entre expertos, políticos y organizaciones de diferente tipo. Por un lado, quedan patentes los imperativos sobre la supervivencia como valor predominante (preservación de la vida) a través de las medidas de confinamiento para frenar contagios y muertes. Por otro lado, también se ha intentado prevenir una caída de las economías nacionales, desde una perspectiva más utilitarista. En torno a estos dos supuestos ha girado mucha de la controversia sobre el cómo actuar ante este nuevo peligro que acecha al mundo.
También se ha podido observar como ha sido la gestión de ese riesgo por parte de la ciudadanía. Por un lado, había gente que negaba el propio riesgo ("negacionistas"), es decir, negaban la existencia del propio virus, posicionándose, en ocasiones, en teorías de la conspiración. Por otro lado, también había gente que parecía estar desbordada por tanta incertidumbre de poder contagiarse y asumía que había una falta de conocimiento, creciendo, de ese modo, la sensación de miedo. Y, por último, también es normal que, ante estas situaciones de descontrol y crisis, aparezca cierta indiferencia ante los riesgos, ya que se materializa una rendición (y a veces cinismo) ante aquellos problemas que uno mismo no puede controlar de primera mano.
Son muy variadas las estrategias que cada individuo ha decidido seguir ante los riesgos que ha generado la pandemia de COVID-19. Pero una cosa es clara, y es que el modo de actuar en situaciones de este tipo ya no es algo que puedan esclarecer los expertos en su totalidad. Durante la pandemia también se ha podido observar cómo ha habido una mayor desconfianza en las instituciones, al menos políticas. Aunque hay que destacar, que, ante estas situaciones de gran incertidumbre y crisis, la politización del problema es un síntoma de la sociedad del riesgo bastante común. Las propias instituciones y organizaciones encargadas de apostar por el bienestar de la sociedad a menudo son culpadas de generar el propio riesgo. Y como hemos visto anteriormente, a veces tienen parte de culpa en incrementar las incertidumbres generadas por los riesgos al no ser totalmente claros y contundentes sobre el problema.
Y es que, al principio de la pandemia, donde había poca información, se retrasmitiesen los comunicados de expertos que decían que el virus no suponía un riesgo real, que la situación estaba controlada o demás “verdades” momentáneas. Todo esto contribuyó a que se desconfiase más en estas instituciones, ya que quedaba patente que tampoco sabían completamente a qué se enfrentaban. Hay una sensación generalizada de que se podría haber actuado mucho mejor, o, al menos, en consecuencia, con las advertencias que venían de China. Sin embargo, la actitud de los Estados parecía ser una incredulidad inicial hacia algo que nunca iba a suceder. Pero ahí es justo donde los riesgos encuentran su abono para crecer. Más adelante, casi todos los gobiernos a nivel global adoptaban medidas del tipo “sálvese quien pueda”. Incluso entre la ciudadanía empezó a surgir el temor de quedarse sin provisiones ante el riesgo de una pandemia que nadie sabía cómo iba a ser.
Al fin y al cabo, estos momentos de crisis, peligros y riesgos ponen en cuestión la autoridad de lo público, definiciones culturales, la ciudadanía, las instituciones, los políticos, la ética y la moral. Por ejemplo, también ha sido bastante frecuente la asignación de la etiqueta “virólogos” de forma despectiva, para aquellos ciudadanos que, aparte de no ser expertos, no cesaban en sus críticas ante cualquier actuación contra el COVID-19. Está bien que siempre haya cierto escepticismo y duda, pero es algo crónico de nuestras sociedades del riesgo: criticar y no hacer nada. Todos en algún momento creemos tener la respuesta fácil, o creemos saber lo que se tendría que haber hecho. Sabemos que vivimos en esa incertidumbre que generan los riesgos, pero son muy pocos los que realmente hacen algo para cambiar las cosas.
Hay que tener en cuenta que, en términos de la sociedad del riesgo descrita por Ulrich Beck, los riesgos no aluden a los daños producidos, ni equivalen a la destrucción. Es cierto que los riesgos siempre conllevan la amenaza de peligros, ya que ponen en duda nuestra confianza en la seguridad. Sin embargo, es la percepción cultural y los significados que se van creando lo que constituye los riesgos. Aquí se puede entender el riesgo como una construcción, o una virtualidad real: son acontecimientos que se pueden hacer (virtual) reales (material).
En este punto, los riesgos no pueden ser comprendidos fuera de su materialización, y son percibidos como algo público. Hay una contextualización de la percepción del público, que es llevada a cabo por la imaginación, y suscitada en gran medida por tecnologías como la TV, medios de comunicación de masas o redes sociales, que determina nuestros pensamientos y acciones. De esta forma, se hace visible, a través de un imaginario colectivo y digital, un riesgo que a priori podría ser invisible.
Actualmente vivimos mediados casi completamente por la tecnología y la información que a través de ella se difunde. Si relacionamos lo anterior con la pandemia de COVID-19, podemos observar cómo ha habido innumerables noticias, reportajes, imágenes y vídeos aportando esa contextualización del riesgo. La materialización del riesgo global a través de la COVID-19 ha quedado más que clara a través de los diferentes medios de información actuales.
Una vez que el público (ciudadanía) percibe ese riesgo, ya recae en ellos la responsabilidad de sus actos (salir o no a la calle, ponerse o no la mascarilla, reunirse con gente, etc.). Lo mismo sucedió cuando surgió el problema de las “vacas locas”, donde se animaba a la gente a dejar de consumir carne roja directamente, y cada uno era dueño de sus actos. Por lo tanto, el papel de los medios de comunicación y las redes sociales en las sociedades del riesgo es de gran importancia ya que definen lo que constituye el riesgo, sin garantizar que esa información sea manipulable a ciertos intereses.
En definitiva, el COVID-19 parece unirse a una lista interminable de riesgos, pero uno de los que más palpable se ha hecho y que más ha trastocado la vida cotidiana de los individuos en todo el mundo. El ser humano se olvida de que forma parte de la naturaleza, aunque se haya desligado de ella en su forma más primitiva. Hay que tomar conciencia de que la COVID-19 ha podido surgir de las presiones y disrupciones humanas en diferentes ecosistemas. A esto también hay que sumarle el estilo de vida global (globalización) por el cual es mucho más fácil que estos virus se propaguen. Nuestras sociedades se asemejan a la Tebas de la cultura clásica griega, en la que sus habitantes esperaban la siguiente desgracia que se les vendría encima, con un temor naturalizado.
El mundo ha cambiado radicalmente con el paso de los años y poco a poco nos damos más cuenta de ello
ResponderEliminarMuy interesante!
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo contigo!!
ResponderEliminarMe ha parecido muy interesante.